MI EXILIO INTERIOR

sábado, 10 de enero de 2015

III. Aurora en el Psicólogo.



III. AURORA EN EL PSICOLOGO.

Que conste, doctor, antes que nada, que yo no estoy loca. Pero vamos, ni loca, ni neurótica, ni psicópata, ni ninguna de esas palabras que ustedes usan. Yo lo que pasa es que soy muy desgraciada, y lo he sido siempre, y es porque he tenido muy mala suerte en esta vida. Y ahora, como guinda, pasa lo del niño…

- Tranquílicese, señora, estoy aquí para ayudarla, puede llorar todo lo que quiera, eso es sano, tome, aquí tiene pañuelos.

Pues como le decía, pues eso, que no viene de ahora, que ha sido siempre, lo de mi desgracia digo, y ya, a la edad que tengo, aunque por un milagro de pronto me fuera bien, lo cual es imposible, pues ya mi vida estaría echada a perder de todas formas….

- Cuénteme, ¿por qué ha sido usted tan desgraciada?

Pues ya desde chiquitita lo que recuerdo es a mi madre llorando en la camilla, y yo al lado intentando hacer los deberes, y ella ponía la radio a ver si se distraía, y ni siquiera por eso dejaba de llorar, y eso un día detrás de otro, todos los días. Y mientras, él…bueno no quiero utilizar palabrotas porque al fin y al cabo era mi padre y yo tengo unos valores, pero bueno mientras mi padre por ahí, o trabajando o con mujeres, sólo venía a comer, y dando órdenes, “un vaso de agua por favor”, como un sargento, peor, y mi madre venía corriendo desde la cocina con el vaso de agua, y luego, “¡este arroz está duro, coño!”, y así todo, todo el tiempo. Jamás recuerdo que me diera un beso, ni a mí ni a Paquito. Con la Libertad, ya fue otra cosa, la Libertad es mi hermana la chica, a esa le cogería viejo que se lo consentía todo, la mimaba, era un maniático, con unos nada y con ella mucho, y mira cómo se lo pagó, se largó de casa y no hemos vuelto a saber de ella, a saber lo que estará haciendo por ahí esa infeliz, porque era muy guapa, no quiero  ni pensarlo, ¿me entiende usted?

- La entiendo perfectamente. Continúe, por favor.

Pues eso, así era y así me trató mi padre. Y mi madre siempre llorando por las esquinas…Y eso que decía que era anarquista, que en Barcelona en la guerra había luchado, que había tenido que engañar al gobierno o a quien fuera con la edad para que lo admitieran. Bueno, es que a él mis abuelos se lo llevaron a Barcelona cuando emigraron, era todavía un niño de teta, se crió allí vamos, en aquella época, y luego cuando acabó la guerra y todo el mundo se largó para Francia, él como un gilipoyas, perdón, se quedó, y lo cogieron, pero como era tan chico lo soltaron, pero nadie le daba trabajo y se volvió al pueblo. 

Y lo que más rabia me da de toda esta historia del anarquismo es que todo el mundo en el pueblo dice que era un valiente, que nunca ocultó sus ideas, ni en los peores tiempos, y que aún así salió adelante. ¡Pero qué ideas ni qué leches! Decían que era tan buen mecánico que hasta los fachas de toda la zona venían a que les arreglase el coche y lo que era es un lameculos de mierda, eso es lo que era, que si Don José, qué se le ofrece, niño vele por un cafelito y una copita a Don José, no tenga usted cuidado Don José, el coche lo tendrá para mañana mismo…Y dejaba la faena de otros para atender al Don José, y luego, claro, todo lo que se tragaba en el taller lo escupía en casa, vamos lo que le he contado antes. 

Menos ponernos una mano encima, que eso tengo que reconocer que nunca lo hizo, ni a mi madre ni a nosotros, de todo lo demás, de todo lo demás malo, digo, lo que usted quiera y se le ocurra y más. 

A Paquito lo tenía tan amargado que a los 18 años se largó para no volver. Le obligaba a levantarse a las 7 de la mañana y ducharse con agua fría y luego tenía que obrar, porque había que tener una disciplina en esta vida, y todo a base de chillidos y palabrotas. Y cuando Paquito se largó se fue primero a Puerto Santa Fe, y mi pobre madre que en paz descanse se escapaba para ir a verlo, y cuando digo a verlo quiero decir a verlo, no a hablar con él ni nada, se sentaba en una terraza de una calle por donde sabía que él iba a pasar y lo miraba cuando pasaba ¡y él se lo prohibió!      Prohibirle a una madre que viera a su hijo, ¿usted cree que a eso hay derecho, que eso es normal?

Y esto por no hablar de cuando se largó con la criada. Porque era muy anarquista, pero en cuanto ganó un poquito de dinero con el taller se trajo a una criada, pero no para que ayudara a mi madre, no, sino para meterle mano, siempre se traía a jóvenes con muy poca vergüenza, y hubo una que lo encandiló tanto, que se largó con ella a vivir al pueblo de al lado, a Cañaverales, que entonces ni era pueblo ni era ná, y la tía encima llamaba un día sí y el otro también a mi madre por teléfono para decirle que ese hombre era suyo, que la que dormía todas las noches con él era ella, y colgaba el teléfono. Vamos, que la abandonó y encima la humilló. Venía al taller, lo abría, a veces le decía al niño que tenía de aprendiz que subiera las escaleras y le diera a mi madre 20 duros, el taller es que estaba debajo del piso, ¿sabe usted? Lo justo para que no nos muriéramos de hambre. Y por la tarde chapaba y se iba a Cañaverales con la tía esa. Eso fue ya demasiado para Mamá. Desde entonces le entró el soplo ese en el corazón que al final la acabó matando. En fin, ¿quiere que le siga contando? ¿No tiene usted bastante con lo que ha oído?

- Desahóguese, señora, cuente todo lo que sea necesario. Eso es sano, aunque sea ingrato. 

Bueno, ya no quiero hablar más de él, de ese padre bendito que Dios me concedió. Aunque luego, cuando nació mi Salvita, se encariñó con él, como lo había hecho con la Libertad, y lo sacaba de paseo casi todas las tardes, se iba a la playa, a pescar con él, le regalaba cosas, le contaba historias, cosa que a mí no me hacía ninguna gracia porque si le iba a meter esas ideas en la cabeza, pero bueno, el padre y yo teníamos que trabajar y nos venía bien que se ocupara del niño. 

- Pero, ¿no dice usted que se fue con una criada?

Sí, ah, ¿no se lo he contado? Pues no se lo pierda, al cabo de un año y medio o así, volvió, seguramente la tía se hartó de él, la muy putísima, y volvió como el que vuelve de dar un paseo, como si aquí no hubiera pasado nada, se metió otra vez en la casa y ya está. Ahora, eso, sí, desde entonces mi madre, mala como estaba ya y todo, no consintió que la tocara lo más mínimo. Desde entonces durmieron en camas separadas. 

Y por si no fuera poco todo esto, ahora viene lo de mi marido. Todo el mundo en este pueblo de alcahuetas y envidiosas dice, se creerán que no me he enterado, vamos, pues dicen que me casé con él por el dinero. ¡Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición! Me casé con Carlos POR-QUE-LO-QUE-RIA, ¿entiende usted, doctor? A lo mejor soy la única en todo el poblacho este que ha hecho eso, casarse con su marido porque lo quería. Carlos, al principio, era muy apuesto, alto, elegante, y  muy amable conmigo. Hombre claro, si su padre tenía un cortijo y una finca enorme, con vacas y viñedos y una casa muy bonita, con piscina y todo, ¡en aquellos tiempos! y me invitaba a fiestas donde iban médicos y abogados y empresarios del Puerto, gente fina, educada, ¡pues a nadie la amarga un dulce! ¿No? ¡No me iba a ir con un peón de albañil!, ¡yo, con la mona que era entonces!

Lo que pasa es que pronto, muy pronto, en cuanto supo que me tenía encandilada vamos, pues empezó a cambiar. El típico señorito: juergas, putas, perdón por la palabra pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre, vino….Muchas veces quedó conmigo, por ejemplo en las fiestas del pueblo, y me dejó plantada porque a lo mejor se encontró a unos cuantos y se fue de juerga por ahí, sin importarle un pimiento yo, y yo llorando, como mi madre, contándole lo desgraciada que me sentía a la primera que me encontraba, con lo que al día siguiente, qué digo al día siguiente, a la hora, ya lo sabía todo el pueblo. El es de otro pueblo, Palmeral, un pueblo de señoritos. Y además era tonto: las hermanas se quedaron con casi todo el dinero de la herencia, con la finca, y, como por supuesto no había estudiado nada, pues se tuvo que conformar con unos milloncitos que le dejaron, mucho menos de lo que le correspondía, aunque ya lo hubieran querido para sí muchos, y además, bien administrado hubiera podido dar de sí, pero este era un bala perdida y además era tonto. Ya nos habíamos casado, y él se vino a vivir aquí porque yo no quería separarme de mi madre, que ya estaba fatal, pero en realidad lo hizo para estar más lejos de la cantidad de acreedores que ya tenía. Primero montó un concesionario de coches, era la época en que casi todo el mundo empezó a tener coche, o por lo menos moto, y podía haberle ido muy bien, pero no, le fue fatal, vamos que quebró, y le dejó a deber un montón de dinero al banco y a mucha gente, y ahora tenía acreedores acosándole aquí también. Después montó una tienda de marcos en el Puerto, porque él dibujaba bien, eso sí lo hacía bien, lo único, aunque como era tan perro pues tampoco es que hiciera nada del otro mundo, porque por mucho talento que se tenga hay que trabajar si se quiere llegar a algo, ¿no? Pues nada, como le digo, montó la tienda en El Puerto, en el centro, yo creo que para quitarse de en medio, y digo creo porque a mí no me contaba nada. Pues la tienda fracasó también. Hay que tener arte. Hubo un tiempo en que rozamos la indigencia. Menos mal que al final acudió a un tío suyo que todavía tenía influencias y lo colocaron enchufado en la empresa de aguas, que es donde todavía sigue, un chupatintas, y borracho además, porque de las juergas pasó a seguir bebiendo, pero ahora solo. Hace ya años que de…de relaciones vamos, ya me entiende, pues nada de nada, es que ni un beso, vamos. 

Y esta es mi vida doctor, resumiendo mucho, vamos. Sin agarraderos, sin salida, sin una persona en quien confiar, con quien hablar, encerrada en este poblacho sin escapatoria posible. Eso sí, lo conseguí yo solita, y eso que tenía los estudios primarios nada más, conseguí un puesto de administrativa en el ayuntamiento, sin enchufe ni nada, yo cuando vi el camino que llevaba Carlos me dije o me busco la vida yo sola o como dependa de este nos morimos de hambre el niño y yo. Y me puse a ir a clases de máquina, y a estudiar contabilidad con un maestro particular que venía al pueblo una vez por semana. Yo creo que soy la única que tiene un trabajo aquí que no es por enchufe. Y me odian por eso.

Y el niño, mi Salvita, el único que Dios me ha dado, demasiado para lo que he hecho con mi marido, pues siempre con el abuelo, que le llenaba la cabeza de ideas estúpidas. Desde que se empezó a ser un poquito mayor ya se le veían cosas raras: se juntaba con los desgraciaos del pueblo, con uno que era más maricón que un palomo cojo, con decirle que ¡hasta su padre era maricón!, con otro que era medio gitano, me refiero a niñatos del colegio o del instituto después,  con los más golfos y más desgraciaos. Y mire usted que todos los maestros siempre me dijeron que era muy inteligente y espabilado, pues nada, debe ser la vena del padre, aprobando por lo justo, hasta que va y repite, hoy en día que no repite casi nadie. Hace ya meses que no he oído una palabra salir de su boca. Bueno hasta que pasó esto. Y años que lo único que oía eran bufidos. Y entre el padre y él…una vez los tuve que separar porque se iban a pegar. ¡Y por un tema de política, no se lo pierda! Esos dos desgraciaos. Porque el padre, arruinado y enchufado y todo, sigue siendo como los de su familia y los de su pueblo, facha, como dicen ahora, vamos que dice que los del PP son comunistas. Y el verano pasado ya vino la guinda: resulta que viene  borracho y de mala leche un día, de noche, metiendo ruido, y yo me dije, ya no aguanto más, ya estoy harta de ser buena, y le dije cuatro cosas muy bien dichas, cuatro verdades como cuatro puños vamos, y entonces me arreó una bofetada que me tiró al suelo. Y el niño delante. Y no hizo nada por defenderme. 

-          Pero, usted dijo antes que violencia física no había habido nunca, ¿no es cierto?

No había habido nunca hasta el verano pasado. Y no se ha vuelto a repetir, gracias a Dios. Pero fue muy desagradable, muy fuerte. Desde entonces no nos hemos cruzado ni una sola palabra. Así que imagínese el infierno que es esa casa. No puedo más, doctor, las pastillas no me hacen nada, no tengo salida, ni agarradero, ni defensa posible contra todo esto. Lo pensé el otro día: el mal existe, ¡ya lo creo que existe! Y me ha tocado todo a mí. Porque esto no puede ser por casualidad. 

-          El chico ha vuelto. ¿No es eso algo positivo? ¿No puede ser el comienzo de una nueva relación?

Mire usted, doctor, ya sé que me va a decir que soy muy negativa, pero yo sé por qué ha vuelto el niño. Ha vuelto, y hasta habla, y hasta sonríe, y hasta me dio un beso, pero todo es mentira. Ese lo que quiere es que le paguemos un piso en El Puerto. Pero si es como el padre, con la diferencia de que aquí no hay dinero…pero el muy zorro se lo ha pensado, o alguien lo habrá aconsejado, algún golfo de esos con los que se junta….cómele el coco a tus viejos, así hablan, y que te den una paga y te paguen el alquiler de un piso en El Puerto, y así te quitas de en medio, pero si parece que lo estoy viendo. 

-          Señora, si el ambiente familiar era tan negativo como usted tan bien me ha descrito, es normal que el chico quiera irse a la ciudad. Trate de ponerse en su lugar. Por otra parte, tendrá que estudiar algo, ¿no cree? Estoy convencido de que pueden ustedes llegar a tener una buena relación, la que debe y puede haber entre una madre y su hijo, incluso puede ser el agarradero al que usted ha hecho referencia.

-   Bien. Ya es la hora. Ha sido una sesión muy intensa y creo que fructífera. Se ha expresado usted muy bien. Casi le diría que tiene dotes de narradora. Estoy seguro de que esta terapia va a ser muy positiva. Vuelva usted el martes a la misma hora por favor; no lo deje. Y las pastillas, mire, por sí solas no sirven de gran cosa, como usted bien dice, pero acompañadas de una buena terapia, como va a ser ésta, pues sí. De todas formas le voy a recetar otras mucho mejores, de nueva generación.

Gracias, doctor Carrasco, Dios le oiga, pero si quiera que le sea sincera…  no me creo nada.










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