MI EXILIO INTERIOR

miércoles, 23 de enero de 2013

IMILCHIL, o el arabismo.




IMILCHIL, o el arabismo.


"Arabismo" es un término que usan desdeñosamente algunos ensayistas, tanto árabes como europeos, para indicar esa atracción por lo exótico del mundo árabe tradicional, heredera del romanticismo literario del siglo XIX, pero sin la menor preocupación por las condiciones reales de vida de los pueblos árabes.

Ese arabismo es el que debía compartir mi amigo Luis. Ya de pequeño, su padre le había regalado un libro, con profusión de ilustraciones y fotografias a todo color, llamado "Al-Andalus, Puerta del Paraíso". Tanto le cautivó, que en 1978, cuando por fin pudo obtener el pasaporte que le habían negado las autoridades franquistas, hizo su primer viaje al norte de Marruecos, cuando casi ningún español viajaba allí.





En 1984, Luis consiguió apañárselas para disponer de dos meses libres y se fue, solo, al sur del país. Una vez en Tánger, cogió el Marrakesh Express, ese que daba nombre a una canción de rock americana. El tren estaba abarrotado de gente, de pie, tumbados en el suelo, hacinados unos contra otros. Apenas se veían occidentales. La travesía era larga, y al llegar la noche había que dormir en el suelo, casi unos encima de otros. Estas incomodidades no sólo no le importaban, sino que le hacían sentir estar viviendo una auténtica aventura (tenía sólo 27  años.) Tras parar unos minutos en Casablanca, de noche,  el tren se vació bastante, y se pudo sentar. Aún no había amanecido cuando de pronto se le acercó un muchacho, muy nervioso, hablándole en árabe. Luis no entendió nada, pero lo que sí vio es que al poco llegaron unos revisores, atraparon al joven y lo tiraron al campo por una puerta, con el tren en marcha, en plena noche: lo habían pillado sin billete, y ese era el expedito castigo.

A diferencia de cuando se viaja por países occidentales, allí se trababa conversación con la gente a la menor ocasión. Ya cerca de Marrakesh un maestro le habló de las míseras condiciones de vida, de la "mugre" del país (hablaba español), mientras que otro chaval, más joven, le contó que su abuelo había participado en la Guerra Civil española y que él aún disponía de un carnet que le daba derecho a la Seguridad Social española.

Marrakesh ya era turístico entonces, y era difícil encontrar una pensión barata. Intentó ponerse de acuerdo con un francés para compartir habitación, pero la señora dueña de la pensión, una matrona gorda, mandó poner a un jovencito en medio de los dos para que no pudieran hablar y así poderles alquilar una habitación diferente a cada uno. Luis se indignaba ante tal trapacería, pero al francés no parecía importarle. En uno de los cafés de la plaza de Yemaa al-Fnaa,  donde está la torre llamada la Kutubía, gemela de la Giralda, conoció a unos chicos alemanes: estos eran mucho más abiertos y simpáticos que los franceses, que a veces actuaban como si aún estuvieran en su colonia. Pasaron buenos ratos charlando en la terraza del Café Americain y observando el bullicio de la plaza. Uno de ellos, Claudio, iría años después a visitarlo a España. Pero llegó el día de marchar hacia el objetivo, y allí quedaron los camaradas alemanes.



Oasis en la ruta de las kasbas.



Cogió el autobús que cruzaba el Atlas en dirección a la ruta de las kasbas y al desierto: esta vez quería llegar al corazón del país. El autobús se averió en medio de la noche y todos los pasajeros tuvieron que bajarse;  hicieron una fogata para combatir el frío de la montaña mientras el conductor intentaba arrancar el viejo trasto, y allí pudo ver que no todos los pasajeros eran marroquíes: había algunos alemanes. También había dos francesas, pero él entonces aún no las vió.


Ait Benhaddu, antes del desierto.

Kasba.



Llegaron a Zagora, puerta del desierto, por la mañana, destrozados. Se podía ver un enorme cartel que ponía "A Tombuctú, 52 días", junto a un camello pintado. Fue al bajarse del autobús donde las dos chicas francesas le dijeron: "Nos han dicho que alquilando una habitación juntos nos puede salir mucho más barato; querrías alquilar una con nosotras?" No es necesario explayarse para demostrar la alteración - casi miedo - que le produjo a un joven español de entonces lo que significaba tal proposición. 






En efecto, alquilaron una habitación con tres camas, y
Luis cayó rendido en una de ellas. Pero no tan rendido como para no escuchar la conversación que mantenían las chicas (entendía el francés): "¿Tu sueño no ha sido siempre acostarte con un español o un italiano?", decía una; y la otra contestaba: "Con un español, mejor" . A  Luis se  le quitó el sueño. Eran enfermeras de Bretaña.

Pero cuando despertó de su duermevela vio que en la puerta de la habitación había una fila de muchachos marroquíes haciendo cola para invitar a las francesas a un paseo en camello. Además tenían ventaja porque dominaban mejor el francés. Si los españoles se desvivían por un ligue, los marroquíes, más. Cuando se dio cuenta, se las habían llevado. Se reprochó a sí mismo haber sido tan torpe.

Al bajar al bar de la pensión, sentado en una soleada y humilde terraza había un hombre inglés, solo, vestido con unos vaqueros raídos y fumando en pipa. El inglés, al contrario de lo que es habitual en su raza, era hablador y simpático, y en seguida pegaron hebra. Le dijo que se llamaba Ian y que trabajaba en una fábrica de cerveza en Londres; y pronto fue al grano: le habló de una gran feria que anualmente celebraban los nómadas en un gran valle  en  las montañas del Atlas, llamado Imilchil; que tenía muchas ganas de ir, pero no se atrevía a hacerlo solo, y que si quería ir con él. Luis aceptó en seguida. Se estaba metiendo en la boca del lobo.


Aldea en el Atlas.






Partieron al día siguiente en el Renault 4 de una chica  algo malhumorada y no demasiado agraciada, que también viajaba sola. Había que reconocer el valor que suponía eso en una mujer. A la pregunta de Luis sobre si era española - hablaba español - respondió que no. Ante la sorpresa de mi amigo, este le preguntó de dónde era. Le contestó que de Zaragoza. "Pero me he criado en Guipúzcoa", se sintió obligada a añadir.

¡Había 400 kilómetros de pista sin asfaltar hasta Imilchil! Pernoctaron en una aldea, cuatro casas de barro, al lado de un arroyo donde había plantados unos huertos raquíticos. Un montón de niños acudieron a recibirles cuando aparcaron el coche, el único en la aldea. Parecían muy alegres y felices, a pesar de la pobreza. Muchos hombres aún llevaban la gumía colgada al cinto de sus chilabas  (todos iban vestidos con chilabas). Se alojaron gratis cada uno en una casa diferente; la de Luis era una habitación sin muebles que tenían arrendada dos estudiantes que asistían a una escuela coránica local. Sólo había una alfombra que cubría todo el suelo y un pequeño hornillo de gas. Eso era todo; por supuesto se dormía en el suelo. Y no todos los niños eran felices: en la puerta de la casa de al lado un chiquillo de unos 10 años, con los ojos llorosos, y llorando, les suplicaba: "Une medicine pour les yeux..."

El Atlas.


Al día siguiente, cuando ya se iban acercando a Imilchil, ya empezaron a ver hombres solos con turbante y capa, montados en mulos, acompañados por otro mulo que llevaba los enseres, que  lenta y pacientemente, se dirigían también a la feria. El paisaje se componía de montañas peladas cubiertas, eso sí, de muchas piedras. Ningún signo de vida, ni humana, ni animal, ni vegetal: sólo piedras. Un desierto de piedras y montañas.

Por eso la llegada fue dramática, espectacular. Un inmenso valle entre montañas donde se habían reunido tribus de toda la región. Miles de jaimas, miles de camellos, burros, cabras, vacas, mulos, caballos, y miles de bereberes, la mayoría de los cuales ni siquiera hablaban árabe. Al parecer los jóvenes aprovechaban la feria de ganado para casarse, pues vivían aislados el resto del año. Las niñas jugaban a ir vestidas de novia, con túnicas de colores, los ojos de miranda profunda pintados de "kool", y todas con muchas ganas de hablar con ellos, riendo siempre y con una vitalidad extraordinaria.



Mujer bereber.

En seguida encontraron un gran jaima, con horno de pan incluido en su interior, donde les dieron hospitalidad y les invitaron a todo: té, desde luego, pero también comida. La hospitalidad milenaria del desierto. Vieron a un grupo de franceses; no parecían entender nada y se comportaban como si estuvieran en un bar. Hasta tocaban las palmas para llamar al "camarero", que no era tal, pero el hombre acudía humildemente y a ellos, empeñados en pagar, les cobraban algo. Ian era más sibarita y descubrió una jaima-hotel. La llevaban una alemana muy cursi y un cubano exiliado, y no era más que una jaima un poco mayor que las demás con colchones alineados en el suelo; y por eso pedían un precio desorbitado.

Luis conoció a otros dos ingleses, una pareja, y con ellos se fue a dormir. La vasca, poco sociable, dormía en su coche. Eso la salvó.

EL PUEBLO MUY BUENO Y LA POLICIA MUY MALA

Pero a mitad de la noche, súbitamente, apareció la  policía. Les despertaron a patadas. Se trataba de un interrogatorio. Se sentaron  todos en el suelo, mientras los bereberes dormían, o aparentaban dormir, y empezaron a hablar en francés. Luis les dijo que no hablaba esa lengua, y el jefe, un tipo cetrino y feo, le dijo: "Pues a partir de ahora la vas a hablar".

La policía en esa zona tenía patente de corso; quizás porque no estaban demasiado lejos del Sahara occidental, zona de guerra.  A continuación el jefe afirmó: "Ustedes fuman hashís". Lo negaron. Les registraron, aprovechando para toquetear a la inglesa. Al no encontrar nada, el jefe se sacó una "piedra" de hashís del bolsillo superior de la chaqueta y le pidió su paquete de tabaco. Cogió todos los cigarrillos, se los guardó, metió el hashís en el paquete de Luis y dijo: "Pues ahora este hashís es tuyo".

Les ordenaron que les acompañaran. Era noche cerrada. En el camino a la "comisaría", que resultaron ser dos habitaciones de tapial, una que hacía de celda y otra de cuerpo de guardia, un policía, mulato, hacía de policía bueno: "Hablo español, soy medio español, y soy tu amigo" Luis no sabía qué pretendía. Dinero, supuso después. O quizás no; solo aceptación por parte de un europeo.

Al llegar, les retiraron el pasaporte a todos, pero a los ingleses los dejaron marchar y les dijeron que volvieran al día siguiente. Pero a Luis, como su pasaporte era español, lo encerraron, tras quitarle el cinturón, los cordones de los zapatos, el cuchillo y por supuesto la cartera. Trató de explicarle a otro policía que no había hecho nada, pero este le replicó: "Mais vous aviez un couteau", mientras hacía ademán de darle una bofetada, a lo que Luis tuvo que apartar la cara. Humillante. 

La celda era un cuarto de no más de 20 metros cuadrados, sin suelo ni servicios, sólo una puerta y un ventanuco, donde había al menos 30 personas hacinadas. Había una francesa; y también un saharaui, atado con grilletes a unas bolas de hierro. Allí sí que nadie hablaba. La francesa sólo le dijo: "Esta gente lo que quiere es humillarnos".



Similar a la comisaría.


A la mañana siguiente vió llegar a los ingleses por el ventanuco y por él le colaron un paquete de tabaco, a medio terminar, que Luis repartió entre sus compañeros de celda. También por el ventanuco vió aparecer a Ian, que se había enterado al parecer de lo sucedido, y estaba hablando con el oficial jefe, interesándose por él; pero a unas palabras del guardia Ian salió literalmente corriendo de allí. Poco después soltaron a la francesa. Vio llegar un camión por el ventanuco. A su pregunta, el marroquí de al lado le contestó que era el camión diario de la cárcel de Rashidia, la capital de la provincia, que venía a llevarse a los presos, y añadió, "y el que entra en la cárcel de Rashidia se sabe cuando entra, pero no cuando sale". 

Luis pensó que tenía que hacer algo. Con su pinta, la mierda y la barba de tres días, lo confundirían con uno de ellos. Era el único europeo que quedaba allí. Es curioso cómo se pierde el miedo cuando uno está en una situación desesperada. O quizás fuera la juventud; o la inconsciencia. Empezó a aporrear y darle patadas a la puerta, arriesgándose a que esta vez sí le dieran la bofetada, o algo peor. Al rato un policía llegó y abrió la puerta, "¿qué pasa aquí?" Y Luis, en su mal francés que procuró sonara aún peor, dijo: "J´ai besoin d´aller a la toilette", todo para que se diera cuenta de   que era extranjero. "Qu´est que vous avez fait?", preguntó el policía. "Rien de rien", contestó Luis gritando airado, arriesgándose aún más.  Pero resultó ser otro policía bueno; y le dijo que le acompañara. Lo llevó a la pared trasera de la choza, que daba al desierto, y allí orinó y trató de explicarle lo que había pasado. Al volver, no lo metió de nuevo en la celda; le dijo que se sentara en una silla en el cuerpo de guardia. "Al menos ya estoy fuera de ahí", pensó Luis mientras veía partir al camión  hacia la cárcel de Rashidía.

Jaima en el Atlas.


Sentado en esa silla, con policías entrando y saliendo, se tiró otras 24 horas. Nadie le echaba la más mínima cuenta.

Elucubraba pensando qué sería de los ingleses, de Ian, de la vasca. ¿Le esperarían? ¿O irían a lo suyo, muertos de miedo, y pasarían de él? Y, aún peor, ¿qué iban a hacer con él estos sádicos?

Súbitamente, cuando menos lo esperaba, reapareció el policía mulato que, siempre amable, le devolvió sus cosas, menos el cuchillo, y lo puso en libertad. "Puedes irte". ¿A qué jugaban? ¿Habían estado intentando que les ofreciera dinero? ¿O era como decía la francesa, que disfrutaban humillando?

De pronto se vio libre, allí en medio de toda aquella multitud, sucio, sin saber adónde ir. Sintió hambre por primera vez. Vio de lejos a la francesa, que le saludó con la mano y le sonrió.  La mochila la tenía Ian, creía recordar. Intentó buscar la jaima-hotel.


Niñas bereberes vestidas de novia.


Fue una gran alegría ver cómo aquel hombre le había esperado; la  guipuzcoana sin embargo había desaparecido y la pareja inglesa también. Fueron a tomar un té y unas brochetas a cualquier chiringuito. Necesitaba tiempo para relajarse y comer, y aprovechó para ver pasar a la gente. Algunas mujeres jóvenes de ojos negros eran muy bellas y esbeltas y observó que no llevaban tapada la cara; al contrario, tenían los ojos realzados por el kool y muchas cadenas, brazaletes y collares de plata (o de latón), y túnicas de colores.  Los bereberes conservaban rasgos de su propia cultura preislámica, alguien le dijo, más permisiva con la mujer. 


Ian tuvo que ir a su "palacio" a coger algo. Al cabo de un rato volvió, muy pálido. Si algún color podía tener su rostro, era el verde. En cuanto llegó a su lado se desmayó, dándole tiempo apenas a decir unas pocas palabras sobre algo que había comido. Luis intentó buscar alguna enfermería, algún médico, algo....pero no había nada. Nada de nada, aparte de miles de personas. 

Lo llevó casi arrastrándolo a su jaima-hotel, y, en un descuido, pudieron entrar los dos (la entrada a los no residentes estaba totalmente prohibida, y más con la pinta que él tenía). Confiando en que fuera algo que le había sentado mal, pues no podía hacer otra cosa, y dándole algo de té de vez en cuando, esperó allí, junto al colchón del amigo, otras 24 horas.

Ian se recuperó relativamente pronto. El ambiente de los europeos de la jaima-hotel era casi tan repugnante como el de la "comisaría", aunque por otros motivos. Europeos ricos, a quienes se adivinaba el asco y el desprecio en la cara, se dedicaban a hacer reportajes fotográficos sobre la famosa feria de Imilchil. La alemana y el cubano eran los peores. Ella dirigía una revista "femenina" en su país. En un breve rato que Ian salió, le preguntaron la identidad a Luis y, al comprobar que no era residente, aunque su amigo lo fuera, lo echaron a empujones. Poco le importó al cubano que Luis hablara español. Gusano.

Pero estaba libre y tenía un amigo. Ian había conocido mientras él estuvo encerrado a unos antropólogos catalanes que iban a salir de vuelta y se ofrecieron a sacarlos de allí en su coche. Kim, el fotógrafo, se extrañó muchísimo de que un andaluz tuviera interés en viajar a esos remotos lugares. En el viaje de vuelta no pararon de hablar; Oliver, el antropólogo, había descubierto muchas cosas de la cultura bereber para su tesis, y contándoselas se amenizó el viaje: hablaron de cómo se comunicaban tirándose piedras, de cómo hacían el amor, en cuevas y muy rápido (cinco minutos...). De la más baja miseria se puede pasar a estar en la gloria en cuestión de horas.  

Llegaron por fin a un lugar civilizado. Azrou era un pueblo de unos diez mil habitantes, cuya pensión no tenía cuarto de baño, pero, para qué, si había un hamam cerca, les dijo el de la pensión. Luis se pegó el mejor baño de su vida. El hamam constaba de tres habitaciones, cada cual más cálida, donde uno entraba tras desvestirse. En la tercera, llena de vapor, había como un estanque de agua caliente donde la gente - hombres - se bañaban. Se echaban cubos de agua caliente en la cabeza. Un marroquí se ofreció a darle un masaje, y él lo rechazó (no fuera a ser que...). pero estaba seguro de que esa hospitalidad era sincera. 

Llegó el momento de la despedida. Ian iba hacia otra dirección y Luis tenía que volver a España, vía Tánger. En el último almuerzo juntos, conocieron a unos policías melillenses de vacaciones (o no?), que se sorprendieron de ver a un español que de veras hablaba, se comunicaba con un inglés.

Desde no  sé qué pueblo - me lo contó, pero no lo recuerdo -  intentó llegar a Tánger en autobús, pero cuando vio la cola que había para comprar la entrada, y cómo se liaron a puñetazos porque acusaban a uno de haberse querido colar, decidió irse en auto-stop. Se empezaba a sentir orgulloso de su capacidad para tomar decisiones rápidas y desenvolverse en situaciones difíciles. Efectivamente, el primer coche que pasó lo recogió. Era un rico comerciante, joven, que, en un francés impecable, negó que todo lo que Luis le contaba pudiera ser cierto. Cuando, a la pregunta del comerciante sobre a qué sitios había viajado, le contestó que a Francia, Portugal, Italia, e Inglaterra, el señor replicó, "c´est pas mal", en un tono algo paternalista. Era un hombre moderno: se iba a casar y prefería gastarse el dinero en una buena luna de miel a la occidental que en que otros, muchos,  se aprovecharan comiendo de su peculio en las pesadísimas ceremonias de una boda tradicional marroquí. Protestaba de las viejas campesinas que cruzaban la carretera descuidadamente; él pertenecía a otro Marruecos.
 
Paseando solo por Tánger, ya con el billete de barco comprado para la vuelta, se sintió melancólico: qué pueblo más bueno y qué policía más mala! ¿Y qué era eso de sentirse orgulloso? Lo que habían hecho era humillarle y reírse de él.  Le pasó por la cabeza la idea presentar una queja  en el consulado español, pero la desechó en seguida: no le iban a arreglar nada, si es que no pretendían sacarle dinero. Un pasaporte español no vale gran cosa. 

Al doblar una esquina se topó de pronto   con un gran edificio algo arruinado, de estilo como neomudéjar; y en unos azulejos pudo leer:  "Gran Teatro Cervantes."  Lloró.

Un par de años más tarde, Luis viajó a Londres y llamó a Ian. Atónito quedó cuando vio llegar a la boca de metro de Waterloo un Audi de alta gama con un señor trajeado y encorbatado dentro. Era Ian. Le explicó que era el director nacional de la fábrica de cerveza. 



Ignacio Pontefract.

  

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domingo, 20 de enero de 2013

Vistas de la Sierra de Aracena.


LA SIERRA DE ARACENA





VISTAS DE LA SIERRA DE ARACENA.



 

Linares de la Sierra.



Llegando a Aracena desde el Sur.




 
Ya mi abuelo me hablaba de Aracena, allá por 1960, como lugar idílico y encantador. Era una persona de gran sensibilidad. Vine por primera vez, en autobús, en 1977; en noviembre de 1978 volví ya en mi coche, con un amigo. Llovía a mares, y la carretera era entonces muy estrecha. Recuerdo que trajimos a una mujer de Aracena que nos estuvo contando todo el viaje que la habían violado en Yugoslavia. La dejamos y nos tomamos algo en el Casino Obrero, viendo en la televisión "The Go-Between" sentados en una camilla con brasero de cisco. Eramos los únicos clientes. Nos alojamos en una vieja pensión de la calle Barberos, con suelo de barro, techos altos y camas de hierro. Luego nos fuimos a Campofrío, a buscar la aldea abandonada de la que nos habían hablado en la tasca Salazar de Sevilla.

Allá por los primeros años de la década de los 80, venía todos los fines de semana, con una novia que tenía entonces, y cuando conducía de vuelta el domingo por la tarde a Sevilla, decía y repetía: "No quiero volver, no quiero volver". Trabajaba en un banco, donde estaba completamente amargado.

En 1990 conseguí irme de ese trabajo. Era abril, demasiado tarde para empezar el curso universitario, y pude conseguir mi sueño: me vine a vivir aquí. Era primavera, tenía algún dinero ahorrado, y con una chavala de Santander que se había prestado a venir conmigo "al Sur", alquilé una casa en Linares de la Sierra.

Todas las mañanas me iba al casino de Aracena, desayunaba y me iba a buscar casa para comprar. En mayo encontré, preguntando en un bar, una cerca de Almonaster, llamada El Pocito, que describo en otra entrada. Era una finca de unas dos hectáreas, sin agua salvo un pequeño manantial abajo, y una casa de piedra, arcilla y tejas viejas abandonada y medio en ruinas. Estaba dentro de mis posibilidades. En seguida nos plantamos ella y yo allí, ya en verano, durmiendo en colchones de goma espuma en el suelo, oyendo el silencio y leyendo, y trabajando muchísimo sólo para limpiarla. Sacamos 200 kilos de cáscaras de bellotas que los ratones habían acumulado allí. La primera vez que el dueño abrió la puerta salieron en bandada un montón de murciélagos asustados.

Ya estaba en la Sierra. Esta sierra es muy verde, pues llueve mucho, dado que son las primeras montañas con las que se topan los frentes provinientes del Atlántico que llegan desde Portugal, al oeste. Unos 1000 litros por metro cuadrado de promedio, aunque hay pueblos donde llueve más que en otros. De ahí el verdor, "la pequeña Galicia" la llamamos algunos, y que se den árboles como el castaño o el nogal, que no se dan en zonas colindantes de Sierra Morena. Los más abundantes son, sin embargo, la encina y el alcornoque, algunos de porte majestuoso, y, junto a los ríos, los chopos, fresnos y alisos. El "holocausto de la naturaleza española", la plantación de cientos de miles de hectáreas con eucaliptos, a costa de la vegetación autóctona, apenas le afectó, aunque llegó a sus mismas lindes.

La Sierra fue repoblada por leoneses principalmente, además de algunos gallegos y vascos, cuando fue conquistada a los moros en el siglo XIII, en parte por los portugueses. Los árabes dejaron su reflejo en la toponimia - Galaroza, Almonaster, Alájar, Aracena -, pero tanto el habla, la arquitectura popular, como el folklore (en el sentido más amplio de la palabra) son de origen leonés.

El primer pueblo con el que uno se encuentra viniendo de Sevilla, y donde se nota ya la diferencia en el clima (5º C menos de promedio que en Sevilla) es Higuera de la Sierra.


Calle de Higuera.


A veces la roca es el cimiento de las casas. Una característica de la Sierra son sus calles empedradas, algo quizás de influencia portuguesa. Los empedrados antiguos, a veces de piedras negras, dejaban crecer la hierba entre las piedras, algo que contribuía al hechizo de esta comarca; pero están siendo sustituidos por otros nuevos que, incluso si están bien hechos, el cemento lo impide, como en la foto de arriba. Si están mal hechos las piedras casi ni se ven.



Ermita de San Antonio.

La Sierra está llena de ermitas, paseos y casinos. A las ermitas se va en romería, una vez al año. Son pequeñas iglesias situadas a unos cuantos kilómetros del pueblo, y cada pueblo tiene una romería y una o varias ermitas. Son muy concurridas la de la Reina de los Angeles, en la Peña de Arias Montano, de Alájar, la de Santa Eulalia, en Almonaster, San Mamés en Aroche, San Antonio en Cortegana, etc.


CORTECONCEPCION Y EL PANTANO

Poco antes de llegar a Aracena desde Sevilla, si uno se desvía a la derecha, están el pueblo de Corteconcepción y la orilla sur del pantano - enorme - de Aracena. No hay que confundir un pantano, o embalse, con un lago natural, entre otras cosas porque el primero carece de bosque de ribera; al estar hecho para suministrar agua a la ciudad, su nivel crece y decrece de forma abrupta y ello impide la formación de ese bosque de ribera tan bello de alisos, chopos, fresnos, etcétera. Sin embargo, aunque choca al principio por la cantidad de terreno que ha quedado sumergido - a veces pueblos enteros, y siempre cortijos, molinos, etc - uno se acaba acostumbrando y le acaba pareciendo bonito. El pantano de Aracena es muy grande, y tiene incluso una isla, plantada de eucaliptos. En verano va mucha gente a bañarse, y hay un bar donde se pueden incluso alquilar botes para remar hasta la islita, que está cerca.
Ya se divisa al fondo el pantano.



Desde el pueblo de Corteconcepción hay un sendero muy bello hasta Aracena, que más de uno está empeñado en cargarse, con la colaboración del ayuntamiento de Aracena y de la Junta (esta toma parte activa).


Uno de los trozos mejor conservados del sendero.





Al llegar a Aracena por este sendero el destrozo es grande. Lo han ormigonado, y el hormigón sobrante lo han echado a un lado, cubriendo un muro de piedra y el lecho de un arroyo que va paralelo al sendero; por no hablar sino de lo más gordo. En un parque natural....


Otra aldea de Aracena es Puerto Moral (moral significa morera). He aquí una bonista vista desde la que también se ve el pantano.




Puerto Moral y el pantano.










 Puestos a hablar del pantano, tengo otras fotos de su lado norte, ya en otros términos municipales, pero que encajan bien aquí:




Pantano de Aracena a fines de 2013.



Pantano de Aracena.




ARACENA


Aracena es la capital de la Sierra. Es un pueblo muy bello. Hoy tiene unos 7.000 habitantes, incluyendo las aldeas - Carboneras, Puerto Moral, La Umbría, Jabuguillo, etc.. Ha crecido mucho y se ha vuelto muy turística, aunque conserva gran parte de su encanto.



Vista general de Aracena desde el hotel nuevo.


Aracena tiene un hermoso castillo, una plaza alta con el Cabildo Viejo - hoy museo etnográfico - un paseo, un casino y una gruta, la Gruta de las Maravillas. Ah! y un mastodóntico hotel nuevo, cuya mole se puede ver desde todas partes: una catedral de nuestro tiempo. 



Casino de Aracena.


El casino es obra de Aníbal González. Antes, hasta los 80, había dos casinos: éste, llamado también el casino de los ricos, y el Casino Obrero.   Al Casino Obrero lo derribaron y construyeron en su lugar un banco. Los casinos, o casinos-sociedad, de la Sierra son una especie de clubs, donde los socios y a menudo también los no socios, pueden tomar una copa, leer el periódico, charlar o hablar de negocios: no son casinos como el de Montecarlo, como cree la gente de la ciudad. Antes sólo iban los hombres; ahora, aunque pueden entrar los dos sexos, los hombres son aún mayoría.



Aracena y su castillo.

Ya a principios del siglo XX debió empezar cierto turismo sevillano en Aracena, y la prueba son los edificios de Aníbal González, como los chalets de "Aracenilla", hoy rodeados de mamotretos vacíos fruto de la "burbuja". Al revés que en Sevilla, donde no nieva desde 1954, en Aracena nieva casi todos los años.



Aracena nevada.

Aracena es hoy una pequeña ciudad, que tiene casi de todo, aunque haya sido a costa de perder parte de su magia. Sus habitantes son orgullosos y algunos incluso llaman catetos a los de otros pueblos, a semejanza de los sevillanos.

Como toda la Sierra, no secundó el Movimiento en julio de 1936, pero fue tomada en agosto de ese mismo año por una pequeña columna del ejército. Luego vino una terrible represión.


Entrada de los nacionales en Aracena.


El paseo está casi igual; aunque aún no se había abierto, a la derecha de la foto la "Gran Vía", nombre algo pomposo.


Gran Vía de Aracena.

























































































































































































































Aracena tiene un castillo, dicen que de origen templario,  un barrio alto y una plaza alta. Subiendo está la calle Estudio, por el que fundó en el siglo XVI el sabio renacentista Benito Arias Montano, del que se hablará después, y cuya cátedra de latín  perduró hasta el siglo XIX. En el escudo de la villa se puede leer "la muy culta ciudad de Aracena".


Cabildo Antiguo, en la plaza alta.

El cabildo antiguo es hoy un museo etnográfico de la Sierra.


Borregas en la ladera del castillo.


Acceso al castillo.

La niebla es otra característica de la Sierra; suele asociarse al olor de la leña de encina saliendo de las chimeneas.


Lavadero de Aracena.




El lavadero de Aracena ya no lo usan las mujeres, a diferencia de los de otros pueblos. Pero está muy bien conservado, junto a la entrada de la gruta.



Aracena nublada.

Los alrededores de Aracena son mágicos, poblados de enormes castaños. Se dice que se plantaron a raíz de que la plaga de philoxera destruyera las vides en el siglo XIX; pero se han aclimatado tan bien que parecen autóctonos. La castaña de esta sierra es muy apreciada incluso en Francia, donde se usa para hacer "marron glacé", pasando previamente por mano de intermediarios valencianos.






Castaños.

Muchos cortijos, donde antes vivía la gente, se han convertido hoy en residencias de fines de semana, ya sea para los propios serranos o para forasteros, generalmente de Sevilla o Huelva. Ello le ha quitado algo de autenticidad al campo en los alrededores del pueblo. No obstante, aún se pueden apreciar vistas como éstas.


Antiguo camino de la transhumancia.



Camino serrano.


LOS MARINES


Si se sigue la carretera nacional en dirección a Portugal, entre altos castaños, se deja primero a la derecha el pequeño pueblo de  Los Marines. Tiene un lavadero a la entrada y calles empedradas con piedras blancas y negras. Hasta hace poco había una tasca llena de viejos y muebles prehistóricos, pero todo lo bueno lo cierran. He aquí la iglesia.


Iglesia de Los Marines.
Desde la carretera.




  • Lavadero de Los Marines.


Burrito en un sendero cercano.






 

Olivar.

Caballo en un sendero cercano.







CORTELAZOR




Si uno deja la carretera nacional y se desvía hacia el norte, se encuentro pronto con el pequeño pueblecito de Cortelazor, que tiene un "paseo"
con un olmo varias veces centenario, y unos alrededores propios de bosque animado, entre los que destaca el Charcomalo, donde la ribera forma cascadas y pozas.



Calle de Cortelazor.






Antigua ventana sin cristales.




"Paseo"  e iglesia.



Azulejo de la Divina Pastora en la fachada de la iglesia.






Cabras saliendo de Cortelazor.





Playita en la ribera.






La ribera.





Bosque galería en la ribera.





El Charcomalo.





FUENTEHERIDOS



Después, a la izquierda, está Fuenteheridos. Está lleno de coches, sobretodo los fines de semana, pero sigue siendo uno de los pueblos más emblemáticos de la Sierra. De él salen senderos muy bellos, como éste. Sus alrededores son muy verdes, frescos, y hermosos.



Camino entre castaños.

En estos caminos es fácil encontrarse con cortijos como este, hecho todo de tapial.



Cortijo de tapial.





Vista de Fuenteheridos.



Bonita casa popular.


En Fuenteheridos hay, como su nombre indica, una fuente con doce caños que nunca se seca. Y la fuente está en una bonita plaza plantada de castaños de Indias.



GALAROZA



A continuación está Galaroza, muy cerca. El probable significado de este topónimo, de claro origen árabe, es "la joya de la novia". En toda esta zona se dan muy bien los manzanos y los perales. Galaroza ha sido tradicionalmente un pueblo de carpinteros.


Sendero de Galaroza al Castaño del Robledo.





Sendero al Castaño.
Salida del sendero al Castaño del Robledo.













Vista desde el hotel.


Florido  rincón.

Calle de Galaroza.








Vista general de Galaroza desde la ermita de Santa Brígida.




Hermosa vista de Galaroza.




Borregas en un olivar.

Galaroza también tiene su fuente, muy  bonita. El agua abunda por aquí. Lo malo es que antes detrás de la fuente había un castañar y ahora hay unos adosados.


Fuente de Galaroza.




Calle marginal.


Cerca está el casino, con sus camillas y braseros de cisco, como todos, lugar ideal para tomarse, calentito en invierno, una "palomita" (aguardiente local con agua). Algunos defienden con pasión que el agua de tal fuente o de tal otra es la mejor para las palomitas. Y algunos toman demasiadas, aunque arguyen que su abuelo se tomaba siete cada día y vivió hasta los 90 años...y que el aguardiente de antes era mejor que el de ahora.


Ventana sin cristales.
  
Aún queda alguna que otra ventana con los postigos sin cristales, como eran antes todas las casas humildes. Junto a ésta, situada en la antigua entrada del pueblo, se puede ver, con caligrafía antigua, la indicación del pueblo y su pertenencia al partido judicial de Aracena.



Vista invernal.


Los alrededores de Galaroza, como los de toda la Sierra, están plagados de caminos y senderos, pues, a diferencia de otras partes de Sierra Morena, aquí abunda el minifundio. Por este se va a El Castaño del Robledo.



Sendero al Castaño.



Grandes alcornoques junto al sendero.



VALDELARCO







Si uno se desvía a la derecha llega al pueblo de Valdelarco, donde muere la carretera. Valdelarco, situado en el lado norte de la Sierra, es más umbrío; quizás por eso abundan las solanas, especie de terrazas grandes con arcos y techo de madera y tejas donde tomar el sol y poner a secar algunas verduras. Desde Valdelarco se ve un hermoso panorama de su valle, antes dividido en pequeñas huertas separadas por muros ("paredes") de piedra. Pero muchos los han tirado y se han construido dos casas grandes que estropean la vista. Una, al menos,  es un colegio.

Valdelarco.

El pueblo está tan oculto que dicen que los franceses cuando invadieron España en la Guerra de la Independencia, no lo tomaron porque ni siquiera lo vieron. Un pastor me dijo que los últimos lobos se vieron, aislados, todavía en 1984. Yo vi un lice disecado encima de un televisor en una casa, en los años 90.

En los últimos veinte años muchas casas han sido compradas por forasteros que las han convertido en segundas residencias, algunas de dudoso gusto "rústico". Había un bar, cerrado hoy, claro, que estaba en una casa antigua y tenía varias habitaciones, cada una con su chimenea, donde se podía uno comer papas en la brasa, además de la carne de cerdo ibérico, claro. Aquí no hay cerdo ("guarro") blanco; todos son ibéricos. A menudo un jabalí macho se salta la valla y se aparea con una cerda (son muy cercanos genéticamente) y sale un híbrido.  



Castaños cerca de Valdelarco.

De Valdelarco a la aldea de Navahermosa, perteneciente a Galaroza, hay un bonito sendero, que en el año 1990 un alcalde se quiso cargar construyendo una carretera que, además, iba a su finca. Pero la Plataforma Ecologista la paró.

Al norte de Valdelarco se acaba la Sierra de Aracena, aunque por supuesto sigue habiendo campo, y atractivo por cierto, aunque algo más seco. Hay por lo menos siete pueblos que se apellidan "de León": Arroyomolinos de León, Segura de León, etc. algunos ya en la provincia de Badajoz. 


CORTEGANA


Continuando por la carretera nacional se llega a Cortegana, capital de la Sierra occidental, de unos 5.000 habitantes. 



Vista de Cortegana.

Esta vista del pueblo está tomada desde la única taberna con jardín que conozco: El Nogal, que además tiene maravillosas vistas. Lástima que ahora sólo abra en verano. 

Cortegana tiene un castillo muy bien conservado, mandado construir por Sancho IV en el siglo XIV para vigilar, junto con otros, la frontera portuguesa, fuente permanente de disputas.



El castillo.




En Cortegana hay dos casinos: el de Arriba y el de Abajo. Los dos muy bonitos y grandes. En el de Abajo los no socios son mejor recibidos. En el de Arriba hay un cartel en la puerta donde pone. "Prohibida la entrada a los no socios, excepto forasteros transeúntes." Suelen ser sitios tranquilos (para lo que hay) y tienen los periódicos. En el de Abajo hay una sala con una enorme chimenea donde últimamente sólo admiten a los socios.



Paseo de Cortegana.



En la Sierra a las plazas las llaman paseos. Este es el de Cortegana, muy llanito para las cuestas que tiene el pueblo y que asombran a los que vienen de sitios llanos, sobretodo si tienen cierta edad.



Ermita.

Junto al castillo, en lo alto de un cerro que domina el pueblo,  hay un ermita con la casa del santero o cuidador. Aunque no es aquí donde se celebra la romería; para la romería van a la aldea de La Corte o La Corte de Cortegana, llamada así para diferenciarla de las muchas aldeas de la sierra que se llaman La Corte: Corteconcepción, La Corte de los Llanos (Almonaster), La Corte de Santa Ana (Santa Ana la Real), Corterangel, Cortelazor, etc. 


Niño Jesús de la ermita.
  


Castillo y ermita.

Desde el castillo se pueden divisar impresionantes vistas. Como ésta, mirando al este.


Vista desde el castillo.



Vista al norte.

En los  alrededores hay también muchos senderos muy silvestres y naturales.En ellos se topa uno con bonitos cortijos, algunos incluso todavía habitados, aunque la mayoría sólo algunos días a la semana.  Ya abunda menos el castaño y predominan la encina y el alcornoque, que a veces alcanza proporciones enormes.


Alcornoque centenario.

Chopos en la ribera de Alcalaboza.




Cortijo con palmera al oeste de Cortegana.



Encina y tinaja.


Cerca de Cortegana, al noreste, hay una zona a la que llaman Carabaña. Hay quien dice que los moros se estaban bañando en las pozas que forma el arroyo cuando los cristianos tomaron el pueblo y que les salió cara la baña. El lugar es muy bello y cerca hay una comunidad hippie que llegó a ser muy  numerosa.



Poza en Carabaña.


El río Chanza, que luego llegará a formar la frontera con Portugal, nace en Cortegana. En verano queda reducido a su mínima expresión en estos sus primeros pasos, como en esta foto de 2010.



Río Chanza recién nacido.


Al norte de Cortegana hay grandes fincas donde abunda el ciervo y el jabalí, entre otros muchos animales salvajes, y es zona de caza. También hay ganado bravo. Y caballos.




Ganado bravo.

Caballos en Cortegana. Foto tomada desde El Nogal.

Al norte de Cortegana.


AROCHE


Si contnuamos hacia el oeste, en dirección a Portugal, por la carretera nacional, hay una brusca bajada antes de llegar a Aroche. Hace más calor y llueve menos. El campo está menos habitado, salvo cortijos aislados, pero es de una belleza más agreste. 


Llanos de La Belleza.

Cortijo con adelfas blancas.

La carretera deja a un lado a Aroche, aunque se ve claramente su caserío y su castillo sobre un cerro; quizás por eso el pueblo es más cerrado al exterior.   Es  muy antiguo, llamado Arucci en tiempos romanos; cerca, junto a la ermita de San Mamés, se han descubierto los restos de la ciudad romana de Turóbriga.  


Vista genral de Aroche.

El antiguo castillo, cuando ya no fue necesario para defenderse de los portugueses, fue convertido en plaza de toros. Aroche tiene también un museo arqueológico, con piezas desde prehistóricas (hachas, etc.), ibéricas, romanas, hasta el siglo XIX. En la guerra civil, el cuartel de la Guardia del mismo nombre fue tomado por los milicianos y cuando poco después el ejército ocupó el pueblo, se desató una terrible represión. Están documentados 150 fusilados, aunque la vox populi llega a hablar de 400 (ver el libro La Guerra Civil en Huelva, de Francisco Espinosa). Algunos hombres escaparon al campo, donde sobrevivieron unos años. 




Foto antigua.

A la entrada del pueblo, tras pasar un nuevo mirador-aparcamiento, y un gran paseo donde hasta hace poco se podía leer en una cartel: "Prohibido jugar a la pelota. Multa máxima.", la carretera se topa con una casa, y en ese cruce siempre se ve a un montón de hombres de pie, a veces sin hablar, mirando a la carretera. El lugar se conoce como "la Puerta de los Perros", y seguramente es donde los jornaleros esperaban a que el señor viniera a darles trabajo. Aroche ha sido tradicionalmente un pueblo de jornaleros.



Bonita calle de Aroche.


Yo he visto una foto en blanco y negro de los años 50 donde se ve a una vieja con la cara tapada, al menos de la nariz para abajo, al estilo moro. Y con una tinaja en la cabeza. Ahora ya las mujeres no se tapan tanto. 

La iglesia de Aroche es enorme; casi parece una catedral. Da que pensar que el pueblo tuvo que ser más importante en otros tiempos. A mí me han enseñado mapas del siglo XVIII donde a la Sierra se la nombra como "Sierra de Aroche".



Iglesia de Aroche.



Interior.

Museo arqueológico.


Aroche en 1970.

Plaza de Aroche.

La romería se celebra en la ermita de San Mamés (un santo muy del norte). Es una ermita bellísima. El santero debía de vivir en la gloria.


San Mamés.

Pinturas en San Mamés.





Se han descubierto y restaurado frescos en su interior. El pórtico y las ventanas son de estilo mudéjar toledano.





Pórtico de San Mamés. Estilo mudéjar toledano.



Ventana mudéjar.




Al sur del pueblo, zona de difícil acceso, están las Peñas de Aroche, donde se refugiaron los huidos cuando la guerra.




Peñas de Aroche.



Si continuamos hacia Rosal de la Frontera, ya en la misma linde con Portugal, se siguen viendo hermosos cortijos, incluso desde la misma carretera.




Cortijo yendo hacia Portugal.

Cortijo.


La buganvilla, la adelfa y la parra abundan en estos cortijos andaluces. No es de extrañar, pues la buganvilla y la adelfa dan flores casi todo el año, y la parra da sombre en verano.

De Aroche a Rosal hay casi 30 kilómetros de dehesas, sin apenas casas, ni tráfico. ¡Y querían hacer una "vía rápida"! (que cortaría en dos la Sierra y el parque natural). De hecho, si no la han construido es porque se han quedado sin dinero, no porque hayan comprendido la importancia de la ecología y del paisaje; y si algún día vuelven a tener dinero, volverán con sus planes   aberrantes. Yo he visto buitres (hay una importante colonia de buitre negro cerca de Aroche) e incluso águilas posadas en medio de la carretera devorando algún animal muerto por un coche.



Nido de cigüeñas.

 
Además de la cigüeña blanca, habitual de las torres de las iglesias y hoy, también de los postes de la luz que van a lo largo de la carretera, en la Sierra se da también la cigüeña negra, mucho más tímida y esquiva que su pariente; para verla hay que andar mucho por el campo y tener suerte. 

Se cruza el río Chanza por La Pasada del Abad antes de llegar a Rosal de la Frontera, último pueblo español.


ROSAL DE LA FRONTERA

Rosal de la Frontera es un pueblo relativamente nuevo, del siglo XIX, nacido al amparo de la frontera con Portugal. La carretera lo atraviesa por la mitad y consta de calles transversales y paralelas. La calle principal está llena de tiendas para los portugueses; pero desde que desapareció el control fronterizo los turistas apenas paran. Antes había que pasar dos fronteras; en la española habitualmente te registraban; dos o tres kilómetros después llegabas a la "alfandega", la frontera portuguesa, un edificio muy bonito, con ese influjo chino que tienen a veces las casas portuguesas; hoy está en ruinas. Allí un guardiña con botas de cuero hasta la rodilla te hacía rellenar una ficha con un montón de datos personales en una ventanilla de madera desde donde podías ver un retrato en blanco y negro de Salazar. La frontera de Encinasola, un poco más al norte, tenía solo una cadena que se cerraba con un candado de noche. 

Por Rosal huyó el poeta Miguel Hernández en 1940, pero fue denunciado por el portugués a quien le vendió lo único que tenía: su reloj; y fue detenido y entregado a la guardia civil, que lo tuvo preso y le tortutó en Rosal varias semanas, hasta que llegaron órdenes superiores. Por eso hoy hay una estatua, más bien fea, de él en la rotonda donde termina el pueblo, y la antigua cárcel es hoy una biblioteca que lleva su nombre. 


Paseo, casino e iglesia de Rosal.
    

Paseo.

Los campos que rodean Rosal son dehesas donde abunda la caza mayor.

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Puente sobre el río Chanza.


Embalse en el río Chanza.

Después entramos en Portugal, en el Alentejo. Una región muy interesante, donde a veces parece que el tiempo se ha detenido. Pasada la aldea de Vilaverde de Ficalho está Serpa, y luego Beja, Moura, etc. Esto ya es otra historia.


LINARES DE LA SIERRA


Pero si al salir de Aracena, en lugar de tomar la carretera nacional, cogemos la que discurre paralela por el sur, estrecha y tortuosa, pero muy bella, nos toparemos con agradables sorpresas.

El primero pueblo que encontramos, a unos seis kilómetros, es Linares de la Sierra, pequeño, y uno de los más bonitos de la Sierra. Aparece su mancha blanca entre cerros, a la izquierda.




Linares de la Sierra.

Calle de Linares.


La hierba todavía crece entre las piedras negras o grises del empedrado antiguo. En los empedrados nuevos, ponen tanto cemento que no; ¡y a veces ni siquiera se ven las piedras!


En Linares hay una pequeña plaza de toros que servía de aparcamiento a la entrada y que ahora han pavimentado (?). Enfrente, el casino es un gran salón con una pequeña terraza desde la que se ve el pueblo, el paseo, y las sierras al fondo. Todas sus calles están empedradas, con el empedrado antiguo que deja salir la hierba entre las piedras; y son muy típicos los "llanitos", o cuadrados de piedras blancas y negras formando figuras en las puertas de las casas.




Llanitos.


Linares está rodeados de huertas, que son regadas por "lievas" o acequias. Cada huerta tiene derecho al agua determinadas horas determinados días de la semana, para lo cual se levanta la piedra que tapona la lieva. Esto se cumple escrupulosamente de toda la vida. 

Sobre Linares escribió un libro el antropólogo americano Collier, que vivió en el pueblo unos años en la década de los 60. En el libro  lo llama Los Olivos, pero las fotos, entre otras muchas cosas, evidencian que se trata de Linares. Está traducido con el nombre de "Socialistas de la Andalucía Rural". En él Collier cuenta pormenorizadamente los años de la República, la Guerra y la Postguerra en el pueblo, hasta la emigración de los años 60, cuando el pueblo, como toda la Sierra, perdió casi la mitad de su población.




Lavadero de Linares.


En el lavadero de Linares las mujeres todavía lavan la ropa. Esto ya llamaba la atención en los años 80, pero sigue ocurriendo. La foto es de 2004.





Linares en la niebla.





Vista.











Vista.


























Pórtico de la iglesia, recién restaurada.


El sendero que va de Linares a  Aracena, así como el que lleva a Alájar, son muy bellos.





Burrito en un vallado.














 

 
En el camino de Aracena.




 
Dehesa y cortijillo en el camino de Aracena.





Picacho en el camino de Aracena.



El camino, ahora carril.



Al sur de esta sierra, Linares; al norte, Los Marines.







ALAJAR



Vista de Alájar desde la Peña.





Alájar es célebre por la peña de Arias Montano. Benito Arias Montano, natural de Fregenal de la Sierra (Badajoz), de origen judío, fue un sabio renacentista, políglota y secretario de Felipe II. Quizá por verse amenazado por la Inquisición decidió retirarse a la Peña que hoy lleva su nombre, desde  la que se divisa una vista impresionante.



Cumbre de la Peña.


Vista parcial del pueblo desde la Peña.


Vista desde el mirador.


Vista desde la Peña.


Interior de la ermita.


Corral interior de antigua casa típica.


Cima de la Peña.




Almendros en flor en la Peña.



















Casa de estilo regionalista.








La Peña.


La Peña era un lugar mágico, como dice su "centro de interpretación" hasta que se llenó de turistas y lo construyeron. Sigue siendo bonito, claro. 







Vista de Alájar desde la Peña.
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En la Peña está la ermita de la Reina de los Angeles, donde se celebra una gran romería a primeros de septiembre. Antes, tras el altar había un cuarto lleno de "exvotos", objetos que las familias de la gente que se habían salvado de alguna desgracia por mediación de la virgen habían depositado allí. Se podía  ver desde la gorra de un soldado hasta una pierna ortopédica o una muñeca antigua, todos ellos con una notita, escrita con la caligrafía y ortografía populares, explicando el motivo. 

Pero Alájar tiene interés por sí misma. Es un pueblo pequeño  pero de calles tortuosas y estrechas, muy antiguo, con nombre de claro origen árabe. Se cree que proviene de Alí Jaled, comandante musulmán cuyas tropas rezaron desde lo alto de la peña mirando al Este cuando llegaron al lugar. 





Iglesia de San Marcos.



ALDEAS DE ALAJAR



Alájar tenía muchas aldeas: Los Madroñeros, El Collado, El Cabezuelo, El Calabacino, etc. La mayoría quedaron deshabitadas o casi en la gran emigración a Cataluña de los años 60.

La aldea de Los Madroñeros, a unos 4 kilómetros al sur del pueblo, quedó deshabitada en los años sesenta. Es grande, tiene una iglesia, y sus calles está empedradas al estilo antiguo. En los años 80 me encontré a un hombre sentado en un muro de piedra, ante un prado de amapolas, que me dijo que no había podido aguantar la vida en Barcelona y se había vuelto, dejando allí a su mujer y familia. Por alguna razón las mujeres son más urbanitas en general.




Camino a Los Madroñeros.


Camino a los Madroñeros.




Si El Calabacino fue repoblada por hippies en los años 80, El Cabezuelo lo fue por sevillanos como segundas residencias. Algunas son muy bonitas.





Casa del Cabezuelo.




Calle marginal de la aldea del Cabezuelo con niño loco.
Añadir leyenda

Bonita casa del Cabezuelo.



SANTA ANA LA REAL



A continuación nos encontramos el pequeño pueblecito de Santa Ana la Real, bonito en sí, pero con unos campos alrededor aún mejores. Cerca va la ribera de Santa Ana, que forma una cascada, y luego cruza la carretera para formar un profundo barranco con espectaculares formaciones rocosas, llamadas los Riscos de Levante. Desde el sendero se ven abajo pozas ideales para pasar una tarde de verano, pegarse un chapuzón  y volver con el fresco de la tarde, pues no están lejos. 




Dehesa con cortijo desde los Riscos de Levante.




Risco de Levante.





Casa y árbol de donde sale el camino.













ALMONASTER LA REAL







Atardecer en Almonaster desde el "Bienteveo".





Yendo desde Aracena a Cortegana por la bellísima carretera que va paralela a la nacional por el sur, el último pueblo es Almonaster. Señorial, según unos, de señoritos, según otros, el pueblo está cuidado con esmero y fue declarado conjunto histórico-artístico. Posee una de las mejores joyas de la Sierra: la mezquita de estilo califal del siglo IX (contemporánea a la de Córdoba), construida sobre un monasterio visigodo y con abundantes restos romanos. 

Almonaster tenía 23 aldeas. Ello se debe a la dispersión de la población y al minifundio propio de las tierras de León y Galicia de donde procedían sus repobladores; y también al hecho de que el sur del término es ya zona minera y se construyeron aldeas junto a las minas, tales como San Platón, Mina Concepción, etc. Las minas solían tener nombres de mujeres. Hay incluso un pequeño cementerio protestante adosado al católico para  enterrar a los ingleses propietarios o directivos de las minas, aunque      luego se utilizó para suicidas y rojos. 

De todas esas aldeas sólo unas 15 permanecen habitadas: Las Veredas, Acebuche, El Arroyo, Aguafría, Fuente del Oro (que hasta que una familia se instaló en ella hace poco tenía sólo 1 habitante), Gil Márquez, La Escalada, Los Molares, Los Serpos (repoblada por "hippies"), La Juliana, Monteblanco, Calabazares (también llamada La Corte de Los Llanos), Cueva de la Mora, Mina Concepción, La Canaleja, La Estación, y puede que alguna otra. 

Después de la guerra la actividad minera disminuyó dramáticamente y gran parte de la población emigró, sobre todo a Barcelona, en busca de condiciones de vida decentes. Para 1980 el pueblo había perdido más de la mitad de su población; desde entonces va bajando lenta pero inexorablemente, a pesar de que recientemente se ha abierto una nueva mina, Aguas Teñidas, y parece que se van a abrir más. Naturalmente, no todo el mundo tiene trabajo en ella, y la selección del personal es objeto de mucha controversia. 

La Fuente del Concejo, el Puente Romano, la iglesia de San Martìn con su portada de estilo manuelino portugués, la ermita de Santa Eulalia, y sobre todo la mezquita, hacen que este pequeño pueblo sea de gran interés; pero es su conjunto de calles empedradas y casas serranas cuidadas con gran esmero lo que lo hace más atractivo.

Las Cruces de Mayo tienen mucho interés etnográfico. Las mujeres se visten de "serrana", traje que curiosamente recuerda muchísimo al típico de León, una prueba más del origen de los repobladores. Duran cuatro días, en los que los almonastereños o almonasterejos se dividen entre los socios de la Cruz del Llano y los de la Cruz de la Fuente, cada una con su caseta y su orquesta. Se celebran el primer fin de semana de mayo. Y el último se celebra la romería de Santa Eulalia. 

Más recientemente se han instituido las Jornadas Islámicas, en las que se cede a los musulmanes durante unos días el uso de la mezquita ("antigua iglesia de moros" se la llama en algún documento antiguo) y ellos invitan a comer al pueblo. Se celebra un mercadillo medieval. 









Vista de Almonaster.





Iglesia antes de la restauración.









Fuente del Concejo.





Niebla.







Mezquita de Almonaster.








Bella casa modernista de 1929.

Antigua casa popular con toque mudéjar.

Capilla en el Paseo.













Vista parcial.




Mezquita. Interior



Pórtico trasero de la mezquita.



Riscos en la carretera de Gil Márquez.

Mezquita califal del siglo IX.












Lápida de la Fuente del Concejo.



Esta lápida recuerda que la fuente fue construida en 1701 a costa de sus vecinos. Su nombre se debe, probablemente, a que en ella se reunían los vecinos para tratar los temas de interés común. 




Calle de la Torre.





La Tenería, antigua fábrica de pieles, de 1808.



Portada de estilo manuelino portugués de la iglesia de San Martín.






Musulmanes orando durante las Jornadas Islámicas.


Interior de la mezquita.






Vista desde la biblioteca.



Antigua postal.



Vista otoñal.










Calleja popular.




La Mezquita desde el sur.






ALREDEDORES DE ALMONASTER: EL CAMINO DE MARTIAGO, EL CERRO DE SAN CRISTOBAL, LA ESCALADA, PUERTO CORZO, AGUAFRIA, EL BALNEARIO DE EL MANZANO.


Los alrededores de Almonaster, los de Cortegana y Aroche, y en general los de la Sierra Occidental conservan el sabor auténtico de los cortijos de verdad; si bien es verdad que ya casi nadie vive en ellos, la gente mantiene el ganado y va con frecuencia a cuidar de los animales y de las huertas;  a diferencia de los de los alrededores de Aracena, la mayoría de los cuales han sido convertidos en segundas residencias de urbanitas, y se nota - entre otras cosas en las enormes porteras que parecen querer imitar a Versalles. 

Cerca de la aldea de Las Veredas, la mayor del término, y la que tiene más niños, nace la ribera de Alcalaboza, que luego se interna en el término de Cortegana primero y de Aroche después. 

Por el sur se va a la aldea de Gil Márquez.




 

Riscos en la carreterera de Gil Márquez.





Impoluta vista desde la carretera Las Veredas-Cortegana.


Ribera de Alcalaboza.
Chopos junto al Alcalaboza.







Alcornoques.


Elegante caballo cerca de la ribera Alcalaboza.







Casa monte abandonada.
Cortijo.
Guarro.
Borregas en una huerta en barbecho.
Cerdos, "güarros", en montanera.

Ribera de la Escalada.





Aldea de Aguafría.

Chopos en otoño.




El camino de Martiago parte de la carretera de Almonaster a Cortegana, muy cerca del pueblo y, pasando cerca de la aldea del Acebuche y cruzando el arroyo del mismo nombre, llega a Las Veredas. Está lleno de huertos, prados, olivares y quejigos, además de encinas y alcornoques. 



Habitante caprino del camino de Martiago.




Aún abundan.




Prado, soto y olivar en el camino de Martiago.




El carril de Puerto Corzo (topónimo que parece indicar que existieron corzos en la zona) parte del cementerio, y se bifurca: todo derecho se sigue hasta Riscomalillo, desde donde se puede ver una bonita vista de Las Veredas y El Arroyo; girando a la izquierda se pasa por Monte Oculto y se llega a la Curva del Infierno, en la carretera de Gil Márquez, a pocos kilómetros del pueblo.

A propósito de le extinción del corzo en la comarca, viene a cuento decir que hasta los años 70 aún había linces en ella (yo he recogido testimonios personales de fiar de su presencia en la aldea de La Escalada, y Delibes los cita  a principios de los 80 en algún punto del término de Aroche). Incluso vi uno disecado en lo alto de un televisor en una casa de Valdelarco, en la década de los 80. 

En cuanto al lobo, un pastor de Valdelarco me aseguró haberlos visto hasta 1984. Hoy están ambos extintos en la comarca, aunque un lince de Sierra Morena que fue introducido en Doñana apareció en Jabugo, y luego incluso en el término de Moura (Portugal).

Es curioso saber que hasta los años 60, personas que tenían que desplazarse andando desde Almonaster hasta Gil Márquez se ataban una lata de conservas con una cuerda a la cintura, para que el ruido ahuyentara al lobo. 

Según el biólogo Pablo Romero, de Jabugo, autor del pionero e inolvidable libro "Andar por la Sierra de Aracena", y de otros posteriores, el oso pudo existir en la comarca hasta el siglo XVII.

Hoy en día la fauna y la flora siguen siendo ricas. A ello contribuye la escasa contaminación agrícola. Como ejemplos de especies faunísticas poco abundantes en general, se dan la cigüeña negra (aparte de la blanca, por supuesto, extremadamente abundante), el ratonero, el águila real, los buitres negro y leonado, el cernícalo primilla, etc. Algún día nos gustaría ver al lince otra vez, e incluso al lobo.




Almonaster desde el carril de Puerto Corzo.




Carril de Puerto Corzo.

Vista desde la Casa El Pocito, en el carril de Puerto Corzo.




EL CERRO DE SAN CRISTOBAL.



Junto al pueblo, al  norte, se alza el imponente cerro de San Cristóbal, de 912 metros de altitud. Es curioso que en el mundo hispánico hay muchos cerros junto a ciudades llamados de San Cristóbal, patrón de los caminantes; por ejemplo en Lima (Perú). A la cumbre se puede llegar desde el norte partiendo de la aldea de La Canaleja; desde el oeste desde Los Romeros (aldea de Jabugo), desde el este desde la carretera Almonaster-Cortegana, a la altura del cruce de Las Veredas; y desde el sur desde el propio pueblo. La montaña está llena de cortijos, castañares, prados, huertas, olivares, alcornocales, etc., dándose árboles como el tilero, que faltan abajo. Se dice que en la cumbre se celebraba una romería, y hay restos de una plaza de toros. Hoy está llena de enormes antenas de radio y televisión. Desde ella se divisan impresionantes vistas panorámicas.  






Almonaster va quedando abajo.


Castañar en el Cerro de San Cristóbal.

Vista desde la subida a San Cristóbal.








En dirección a Gil Márquez, conduciendo por la bonita carretera que va paralela a la ribera de Almonaster, nos encontramos con el balneario de El Manzano. Un médico descubrió en los años 20 un manantial de aguas minero-sulfurosas que, aunque saben a huevo podrido, se dice que lo curan casi todo, ya sea bebiéndolas, ya sea bañándose en ellas. El balneario cerró en los años 60. Yo tuve la suerte de verlo tal y como quedó cuando lo cerraron: el comedor, los dormitorios, incluso las habitaciones con bañeras, y hasta tiene su propia capilla. Es un lugar tranquilo y delicioso donde, en un pequeño quiosco se puede tomar un botellín de cerveza tomando la brisa y huyendo del calor. Al otro lado de la carretera está la ribera del Acebuche, donde alguien ha construido una pequeñita represa para que se formen pozas y poder bañarse en verano. Se cree que aún quedan nutrias por estas pozas. 





Fuente de El Manzano.





El camino de Las Cabanas, desde la aldea de la Canaleja a Cortegana, parece sintetizar todos los elementos que caracterizan la Sierra: el suelo empedrado, los alcornoques con musgo dando sombra, la hierba que crece entre las piedras, los muros o paredes de piedra a los lados.

ENCINASOLA Y EL RIO MURTIGAS

Solo, aislado, y en la frontera con Portugal, frente a la población portuguesa de Barrancos, donde los viejos hablan español, está el pueblo de Encinasola.


Solitaria calle de Encinasola.






Calle Ropmpeculos.











Y este cerro está en sus cercanías.





La casa, pegada a la muralla, se aprovecha de su muro. Con la roca de cimiento y la muralla de soporte, ya está a medio hacer.







Conduciendo desde Encinasola hacia La Nava, a pocos kilómetros, se puede dejar el coche a la derecha y andar por un bonito camino donde pronto llegamos al río Múrtigas, que naciendo cerca de Galaroza, aquí ya es grande, con rápidos incluso. Y, de pronto, en medio de la nada aparece el Puente de Los Cabriles, empedrado y todo. Por aquí debió pasar en tiempos un camino importante.







ODA A LA VIDA RETIRADA 

 
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,

y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!

Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;

no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta,
y la vajilla,

de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

(Fray Luis de León).